martes, 27 de enero de 2009

De cómo la vida sigue

Un ruido, un chasquido, un espasmo surca la noche. Envuelta en tinieblas tratas de conciliar el sueño. Tratas de no pensar en el sonido de tu cuerpo al encontrarse bruscamente con el suelo desde los diez pisos que os separan. El rumor lejano del viento se cuela entre las grietas tapadas con silicona amarillenta. Lloras, ríes histérica, te muerdes las uñas. Quizás la locura ya ha empezado a horadar los límites de tu cerebro. La noche se despliega pegajosa como el barniz holandés. Igual de líquida. Igual de tóxica. La esperanza continúa gritando aterrada. Para ignorarla consumes un libro tras otro, tras otro. Literatura en vena. Las vidas de otros danzan en tu cabeza y te hacen olvidar lo mediocre que es la tuya. Libro tras libro. En tus propios delirios agónicos crees haberte subido al alfeizar de la ventana. Quizás suene pronto el despertador. Te asomas un poco más. El viento acelera tu respiración y la adrenalina aulla. Imaginas la vetiginosa caída. Es tan fácil. Quizás no te dé tiempo a pensarlo. Quizás ya sean las siete.

Empiezas otro folio. Lo difícil es la primera palabra. El resto se precipitan inexorables. Y amaneces, con el dolor arrugado bajo las sábanas y la esperanza a cubierto.
Amaneces, con el cielo extendiéndose en dos franjas horizontales ante ti. Púrpura y naranja. Como en un cuadro de Rothko.

Y todo vuelve a tener sentido.

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