lunes, 12 de septiembre de 2011

El año definitivo



Estos días no hago más que tener recuerdos perceptivos. Recuerdo las emociones de empezar curso. Del olor imaginario a nuevo, la sensación de estrenar rutina. Desde primero, con el edificio viejo y la falta de madurez de los que empiezan. Recuerdo el día que le tiré tortilla a un rostro anónimo, recuerdo la cafetería, con los “quién va” y los “dime” de la chica que atendía. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer cuando la quitaron. Recuerdo el olor a aguarrás de la clase de color, la calidez de la de dibujo y lo sucia que estaba la de escultura. Y sobre todo, recuerdo las ganas de los primeros días. Recuerdo a todos, a Sienra, claro, a Lorena, a Amalia. Y también recuerdo Valencia por descubrir. Margui esperando en Pont de fusta, sentada en la fuente, el puente pintado, el IVAM y la exposición de Alfaro, el ABC park y El orfanato, los viajes de autobús, las seis y media de la mañana y los bocadillos de mi tía.

Pese a todo, el curso que mayores emociones me despierta, es segundo. El peor, pero a la vez el que más nostalgia me da. El Ausias, la cama de 80 y el zulo, Bleach, el décimo piso, la conversación sobre lo paranormal, la primera de muchas con Lula. Lula, con su nórdico azul, su sobremesa y su póster de La vida de Bryan. Isa con su habitación de claustrofóbica y su frigorífico de diabética. Bajar a comer, ¿cuántos sois?, y las bandejas con huecos. Las noches en las que cenábamos después que todos, con el comedor casi a oscuras, las que cenábamos bocadillo, o ensalada. El chundachunda de fondo. Elena, siempre ahí. Y Marta, con su habitación grande y su bandera. Solana y su casa enfrente del tranvía, y el día que fuimos a cenar pizza. De ese curso me acuerdo de tantas cosas, tanto buenas como malísimas, pero todas han dejado marca. Del día que inauguraron la exposición de pintura, y de lo que pasó después. De escuchar La vela puerca de camino a la facultad. De Narración figurativa I y sus buenas, y malas consecuencias.De bajar a pintar cuando hacía frío. De los errores que cometí, de cómo se atragantó Escultura, de cómo se atragantó Color, de cómo se atragantó Dibujo, y del examen más triste de Historia del Arte. De cuando me dormí a las seis y media de la mañana, después de acabar el corto y preparar la grisalla para el examen, sin haber estudiado Historia, con la cama atravesada en la habitación porque había estado pintando la entrega de Color. Y de lo saladas que me sabían las lágrimas.

Tercero fue el curso plano y cuarto, el definitivo. De tercero recuerdo el piso, por supuesto. La habitación rosa. Halloween. Y el año de errores continúa. Videoarte y Audiovisuales encabezan la lista. Sin olvidarnos del escarceo en Restauración. Y el adiós definitivo al edificio viejo. Las clases de Historia del Cine y por supuesto, Narración Figurativa II, el reencuentro. Y los Malditos y el rodaje. De tercero no tengo recuerdos llamativos.

Y de cuarto tampoco. Pero fue el curso definitivo que me hizo encontrar el rumbo, y perder el miedo a la especialidad. Y descubrí el diseño gráfico, la vocación encontrada. Recuerdo frustrarme, pero encontrar soluciones prácticas a mis frustraciones, y empezar este cuaderno, a día 9 de noviembre de 2010, para escribir aquello famoso de No es el año definitivo. No existen años definitivos. Simplemente un curso más. No importa que seas mejor o peor, porque eso sólo hará que te compares con éste y con aquel. No necesitas resultados, necesitas aprendizaje. Pues así comenzó mi año más que definitivo, crucial. El año en el que conocí a Pepelu y a Toni, cuando me atreví a hablar con ellos. El año en el que empecé a leer Canción de hielo y fuego. En el que fuimos a muchas exposiciones y descubrimos la fotografía estenopeica. En año en el que conocí a Viso. El año de the Pinholers, o de the Estenopers, o de Estenopeicas de María, Pepelu y Viso. El año de comer en la universidad y de asistir de oyente a Pintura y Fotografía. De fotos, disparos y peces. De Valenbisi. Del piso de Pepelu, su cumpleaños y Cristina, Víctor, Odei y Gonçal, con su guitarra. Del Bruxes i fades y el Carcassone. De Elena, que sigue ahí. De la biblioteca y la compañía que hace. De casa. De L. De la noche que escuchábamos canciones mientras trabajamos. De La princesa Cisne y el ciclo de Jack Lemmon. De Orgullo y Prejuicio y las frases en la pared. Y de Isa y su año definitivo. De encontrarse a una misma y luchar por lo que queremos.

Y quinto. Hola quinto. Que llevaba meses esperándote, y que ya te siento un poco más cerca. Los primeros recuerdos de quinto son una mezcla de todos los años. De caras conocidísimas ya, en la orla. De gente con la que he ido en primero y con la que acabo en quinto. De muchas, muchísimas ilusiones y ganas, tantas como créditos. De proyectos, viajes y cenas que aún no se han programado. De las chicas. Tanit, María, Melani, Paula, Carmen y las tantas asignaturas en las que coincidimos. De casa, otra vez. De Pepelu y Viso y del batería, el guitarrista y la bajista de the Pinholers. Y Valencia y la luna de Valencia. Y el año definitivo, pero porque es el último.

Y el mejor.

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