martes, 25 de febrero de 2014

Fin

Quise creer en el futuro y abrazarme a él, soñando esperanzas de colores luminosos. Pensé que la vida no era un hecho, sino una actitud. Y construía mis expectativas sobre un muro de ingenuidad blanda que poco a poco lo absorbía todo. Donde él bien podía ser el centro de mi alegre existencia. 

Pero febrero se ha consumido en la más ingrata de las dualidades. La de la incertidumbre me araña el cerebro todavía. ¿Qué queda ahí fuera para mí? Y la decepción se hace fuerte entre los muros de plástico de mis propias mentiras aceptadas. Ya no me importa, repito escupiendo basura emocional. Ya no me importa y ahora estoy sola. Perdida. Llena de barro hasta las cejas porque no vi venir el pantano de inseguridad al que me abocaron hace un mes. Ni siquiera sé si ya he salido o cómo lo he hecho. Ni siquiera sé si seré suficiente. Porque ahora estoy sola y el mundo se extiende lleno de posibilidades, como hace siete años cuando Valencia era una promesa y no un recuerdo. 

Sonríe, María. Encara el horizonte y sonríe. La abnegación del yo ha terminado. Quizá se haya cumplido una etapa. O quizá no haya etapas sino una multiplicidad de causas que configuran quién eres y qué harás en la vida. 

¿Qué harás en la vida?

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