jueves, 10 de abril de 2014

Autoevaluación de la práctica docente

Reduzco mi vida a unos pocos momentos que la resumen, como hitos parpadeantes en un eje cronológico inacabado. Como un puñado de canciones felices. O un manojo de nervios ardiendo en el alma. Como desear una rápida huida, sin mirar atrás. Como los diez minutos más largos de mi vida. Y sentir la tensión acumulada en los ojos. Hablaré de lágrimas a flor de piel, testigos de expectativas demasiado altas. De cacahuetes de chocolate en el descanso.  O de una guerra demasiado larga.

El timbre de la campana ya no hace eco de días pasados. Ahora suena aliviado significando que ha pasado todo y que lo has hecho bien. Que lo he hecho bien. La letanía de hoy se repetirá allá donde la cuente. Y de mí depende que me acompañe toda la vida. Pero que vaya mejorando. Que el nudo viral de latidos ensordecedores sea un leve rumor de emoción, y los diez minutos finales sean demasiado poco, demasiado cortos. Porque de alguna forma, entre clase y clase recuerdo que merece la pena luchar por esto. Que todos los comienzos son duros. Dicen.

Que lo he hecho bien. Dicen.

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